viernes, 16 de enero de 2009

Reserva ecológica Kronotky, Rusia.

En este planeta hay lugares tan maravillosos y frágiles que sería mejor que no nos acercáramos. Quizás deberíamos limitarnos a dejarlos por la paz y apreciar su belleza desde lejos. Este es el caso de Kronotsky Zapovednik, una remota reserva natural en el lado este de la península de Kamchatka, en Rusia, sobre la costa del Pacífico, a más de 1,500 kilómetros al norte de Japón. Es un paisaje esplendoroso, dinámico, rico, tumultuoso y delicado. Abarca 1.1 millones de hectáreas de volcanes, bosques, tundra y lechos de río, así como más de 700 osos pardos; macizos de pino enano de Siberia (que da semillas comestibles para los osos) y el grácil abeto (Abies sachalinensis), sobreviviente de la época de los glaciares del Pleistoceno; una gran colonia de leones marinos de Steller en la costa; una población de salmón rojo en el lago Kronotskoye; además de salmón marino y trucha arcoíris en los ríos, águilas y halcones gerifaltes, glotones y muchas otras especies. El territorio es demasiado rico para ser considerado como un destino cualquiera.
Con tanto que ofrecer, con tantas cosas en juego, el daño puede ser grave en un periodo muy corto (debido a lo elevado de las latitudes, el crecimiento lento de las plantas, la complejidad del sustento geotérmico, lo especial de los ecosistemas, la delicadeza de su reposo topográfico) y la recuperación podría no ser rápida. ¿Necesita Kronotsky la presencia de humanos, aunque sea sólo como visitantes? El gobierno ruso reconoce la espectacular fragilidad con el categórico término zapovednik, que básicamente tiene la connotación de “zona restringida, apartada para su estudio y la protección de la flora, fauna y geología; con turismo limitado o prohibido; gracias por su interés, pero no venga”.
Se trata de un esquema legal previsor, asignado de manera impositiva, sensata y antidemocrática en un país donde la antidemocracia tiene una larga y brutal historia. Los científicos tienen permiso de entrar a los zapovedniks, aunque sólo con fines de investigación y bajo condiciones muy estrictas. Kronotsky es una de las 101 reservas catalogadascomo tales en Rusia, según los últimos datos, y fue de las primeras en decretarse como tal en 1934. Antes de esto, era un refugio para la marta cibelina (Martes zibellina), establecido en 1882 a petición de los habitantes locales, cazadores y tramperos que valoraban los bosques alrededor del Lago Kronotskoye como el hábitat principal de este animal. La península de Kamchatka está muy alejada de Moscú y para el gobierno soviético de José Stalin, a mediados de la década de 1930, el costo de oportunidad de proteger este pedazo de vida silvestre no parecía elevado. En 1941 la reserva reveló otro tipo de riqueza, cuando una hidróloga de nombre Tatiana I. Ustinova descubrió géiseres en ella.
En la fría primavera de ese año, Ustinova y su guía exploraban el origen de las aguas del río Shumnaya en trineos jalados por perros. Se detuvieron cerca de un punto de confluencia y se dieron cuenta de que a cierta distancia sobre la orilla surgía una gran bocanada de vapor. Con otras cosas en mente, como una jauría de perros hambrientos, Ustinova no pudo ver mucho más en ese momento, pero regresó varios meses después para trazar mapas y estudiar lo que resultó ser un complejo de formaciones geotérmicas que incluía 40 géiseres. El primero recibió el nombre de Pervenets, que significa “primogénito”. El río tributario por el que ascendió se llama ahora Gaysernaya y en una de sus curvas tiene una colina conocida como Vitrazh, o vitral, por los residuos multicolores que provienen de muchas chimeneas grandes y pequeñas. El Dolina Geyserov de Kronotsky (el Valle de los Géiseres) ocupó su posición como una de las mayores áreas de géiseres del mundo, junto con Yellowstone, los Géiseres del Tatio en Chile, Waiotapu en la Isla Norte de Nueva Zelandia e Islandia.
Los géiseres generalmente están asociados con la actividad volcánica, y este es el caso en Kronotsky. La península de Kamchatka está llena de volcanes, de los cuales unas dos docenas –activos e inactivos–, se encuentran dentro del zapovednik o sobre sus fronteras. El volcán Kronotsky es el más alto: un cono perfecto que se eleva 3,521metros. El Kareshnikov es su gemelo no idéntico y se encuentra al suroeste, cruzando el río Kronotskaya. Más al suroeste está lo que debía ser el tercer pico de la cadena. Pero en lugar de un gran cono se puede ver un amplio tazón de poca altura, de unos 13 kilómetros de diámetro, lleno de fumarolas, manantiales calientes y lagos sulfurosos, tundra llena de arándanos azules y brezo, zonas de bosque de abedul y pino enano siberiano, todo rodeado por la cresta circular que quedó cuando el volcán explotó hace unos 40,000 años. El tazón se llama la Caldera de Uzon. Su nombre proviene del espíritu amigable Uzon, figura poderosa en las leyendas loryak, un pueblo nativo. La exploración y el estudio de la Caldera de Uzon, así como los descubrimientos de Ustinova en el Valle de los Géiseres, le dio un propósito adicional al zapovednik: la protección de las maravillas geológicas así como de las biológicas.
La historia que cuentan los koryaks sobre Uzon y su caldera suena como una parábola. Era un amigo de la humanidad, aquietaba los temblores de la tierra, sofocaba las erupciones volcánicas con sus manos y realizaba otras buenas acciones, pero vivía una existencia solitaria y secreta sobre su propia montaña, de manera que los malos espíritus no llegaran a destruir el lugar. Y entonces se enamoró. Ella era humana, una muchacha hermosa llamada Nayun, con ojos como estrellas, labios como arándanos, cejas oscuras y brillantes como dos sables. Amaba también a Uzon y él se la llevó a su montaña. Hasta ese momento, todo iba bien. Pero después de algunos años de dicha marital y aislamiento, Nayun empezó a extrañar a sus parientes humanos. ¿No había forma de que fuera a visitarlos? Uzon, que quería complacerla, cometió un trágico error: separó las montañas con sus brazos y abrió un camino. Las personas llegaron, curiosas y destructivas. Ahora todos conocían el escondite secreto de Uzon, incluso los malos espíritus. “La tierra bostezó con un horrible golpe y absorbió la gran montaña –dice uno de los recuentos de esta historia de G. A. Karpov–. Y el poderoso Uzon se transformó en piedra para siempre”. Se puede ver ahí actualmente, petrificado en un alto pico del perímetro noroccidental de la caldera, con la cabeza agachada y los brazos estirados alrededor de la orilla de la caldera.
Son muy pocos los que lo llegan a ver. La prohibición contra el turismo se ha relajado, aunque no tanto para Kronotsky. Unos 3,000 visitantes no científicos entran cada año y, de ellos, sólo la mitad se detiene en la Caldera de Uzon. Las leyes limitan el número de visitantes, pero también lo hacen la logística, la falta de infraestructura y el costo. Para empezar, no hay un camino que conduzca al Zapovednik Kronotsky desde los lugares más habitados (que ya de por sí no lo están tanto) de Kamchatka. No hay caminos dentro de la reserva. El transporte para entrar y salir está formado básicamente por helicópteros Mi-8, poderosas máquinas militares que alguna vez llevaron tropas del Ejército Soviético. Estar sentado en un Mi-8 que acelera para despegar, amarrado a una sillita endeble junto a la claraboya, es como estar en un camión escolar atiborrado con las aspas de un aserradero en el techo, hasta que el aparato se eleva. Los vuelos turísticos salen de un helipuerto a 34 kilómetros de Petropavlovsk, la capital de Kamchatka, y se les permite aterrizar sólo en lugares diseñados para este propósito en la caldera y el Valle de los Géiseres. Ningún sitio cuenta con establecimientos para pernoctar, por lo cual las visitas a la reserva son un paseo de un día –almuerzo incluido– algo costoso (unos 700 dólares). La clientela parece constar básicamente de rusos ricos, europeos aventureros y uno que otro estadounidense. Cinco horas en Kronotsky no es algo que las familias normales de Petropavlovsk podrían pagar; no es como meter a los niños al coche en las vacaciones de verano para conocer el géiser mientras toman un helado. Viajar en helicóptero para ver géiseres y volcanes, y tal vez un par de osos pardos, es una visita a la naturaleza para la élite sedentaria y adinerada. Es un paseo dramático y emocionante, privilegiado y grosero.
Las autoridades que administran Kronotsky y los científicos que lo estudian son sensibles al lado negativo del turismo. Todos dejan una huella de algún tipo y la cuestión crucial es qué tan profundas y cuántas se pueden tolerar. Al principio y final de cada temporada de verano, los investigadores buscan los impactos en la caldera y los géiseres. Sus informes ayudan a que se tomen las decisiones sobre el límite de visitas y las fechas para la siguiente temporada. Pero la mayor contradicción de Kronotsky, la que provoca reflexión además de enfado, es cómo puede reconciliarse la preocupación por la degradación generada por los humanos con el dinamismo inherente y violento del lugar. Esta contradicción alcanzó uno de sus puntos más altos el 3 de junio de 2007, cuando una enorme pared de roca, lodo, arcilla y arena se desprendió de una cresta y cayó ruidosamente sobre el valle de un pequeño río, haciendo desaparecer una cascada de 30 metros de altura, bloqueando el río Geysernaya (en cuestión de segundos) y sumergiendo gran parte del Valle de los Géiseres bajo el nuevo lago. El ejército de George Patton, marchando por ahí con botas de clavos, no podría haber generado tanto daño.
Pervenets, el géiser primogénito de Ustinova, ya no está. También desaparecieron otros géiseres famosos. Los demás siguen ahí. Vitrazh, el mosaico de vitral, está intacto. Algunos informes alarmantes llegaron a la prensa internacional, se cancelaron vacaciones y de inmediato surgió la polémica entre la gente sobre si se trataba de una tragedia o un movimiento natural fascinante. “Los científicos pensamos que tuvimos suerte de presenciar un acontecimiento como este –dice Alexander Petrovich Nikanorov, investigador con el que hablé en las oficinas del Zapovednik, cerca de Petropavlovsk–. Nuestras vidas son muy cortas y, sin embargo, nos tocó verlo”.
Los geólogos tienen buenas razones para pensar que sus vidas, relativas a los fenómenos que estudian, son muy cortas. Por lo general, las rocas se mueven muy lentamente a lo largo del tiempo, pero, por supuesto, lo mismo es cierto para todos nosotros: la vida es corta, el mundo es grande y tenemos suerte de presenciar tanto como podamos. Si esto significa que debemos subirnos todos en el siguiente helicóptero o no, no lo sé. Lo que sí puedo afirmar (y lo que muestran las fotografías de Michael Melford) es esto: la Zapovednik de Kronotsky es un lugar extraordinario, frágil, magnífico y mutante.

No hay comentarios: