miércoles, 11 de marzo de 2009

Mujeres visibles en el medio ambiente.

En su novela “El hombre invisible” el escritor H.G. Wells cuenta la historia de un científico que logra volverse invisible y de los problemas que ello le acarrea. En la vida real, desde hace muchos años las mujeres vienen luchando contra los problemas que les significa la invisibilidad social a la que están sometidas, en la que gran parte de las tareas que realizan son igualmente invisibles y escasamente valoradas.
Si bien esa lucha es diaria, cada 8 de marzo -Día Internacional de la Mujer- se constituye en una buena oportunidad para darle una mayor visibilidad a esa lucha. El Programa de Bosques y Biodiversidad de Amigos de la Tierra Internacional y el WRM quieren hacer un aporte en ese sentido, difundiendo información sobre uno de los temas quizá menos visibles: los impactos diferenciados que implican los monocultivos de árboles sobre las mujeres. En el boletín se detallan los hallazgos de tres estudios llevados a cabo conjuntamente por ambas organizaciones en realidades tan disímiles como las de Nigeria, Papua Nueva Guinea y Brasil. Sin embargo, los tres tienen como denominador común los impactos de tales plantaciones sobre las comunidades en general y sobre las mujeres en particular.
Los testimonios recogidos no solo aportan información detallada sobre los impactos de los monocultivos de eucaliptos, palma aceitera y caucho, sino que muestran además algunos de los peores aspectos de las políticas de “desarrollo” impulsadas desde los gobiernos en beneficio de las corporaciones. El punto de partida de tales políticas consiste en convencer a las comunidades de que son “pobres”. No importa que la comida que comen sea abundante, sana y nutritiva, ni que el agua que beben sea pura y cristalina, ni que los bosques les provean de una amplia gama de bienes y servicios. Son pobres porque no tienen dinero y solo podrán salir de la pobreza -y ser felices- cuando dispongan de dinero.
Entonces aparecen las empresas, bajo la protección de los estados y amparadas en marcos legales, prometiendo lo que se supone se necesita para dejar de ser pobres: empleos, dinero y desarrollo. No importa que muy pocas de esas promesas se cumplan. Lo que importa es que la gente les crea. Y en particular los hombres, que normalmente tienen más poder y que se contarán entre los pocos “beneficiados” con un empleo. Un empleo mal pago, peligroso, temporal, pero que permite acceder al dinero que se supone los sacará de la pobreza. La comunidad hasta entonces autosuficiente pasa a integrarse a una economía monetaria y a depender casi enteramente del dinero para satisfacer sus necesidades básicas; lo que significa depender de una empresa y pasar a ser “esclavos en su propia tierra”, como lo describe una mujer de Papua Nueva Guinea. Se vuelven –ahora sí- efectivamente pobres.
Para las mujeres, el establecimiento de las plantaciones no solo les implica mayores impactos que a los hombres, sino que además los cambios sociales que traen consigo las desempoderan aún más frente a los hombres en materia de toma de decisiones a nivel de la comunidad e incluso en el propio hogar. Frente a esa situación, lo que se empieza a observar es que las mujeres comienzan a organizarse como tales y a llevar a cabo distintos tipos de acciones para revertir la situación en la que ellas y sus comunidades se encuentran inmersas.
Según los casos, exigen que les devuelvan sus tierras, compensación por el daño causado, la restauración del bosque destruido, la suspensión de plantaciones, la erradicación de plantaciones existentes. Las acciones que llevan a cabo se corresponden con sus realidades sociales y políticas, pero en todos los caso conllevan riesgos, ya que las empresas cuentan con el apoyo del Estado, incluyendo su aparato represivo. Paradójicamente, el desempoderamiento causado por el accionar de las empresas está empezando a convertirse en punto de partida de un nuevo empoderamiento de las mujeres. De ser parte invisible de la comunidad pasan a tener una voz propia que se escucha cada vez más fuerte. A diferencia del personaje de Wells, las mujeres invisibles de las plantaciones están volviéndose –como muchas otras mujeres- cada vez más visibles. Y esto no es novela: es la vida real.
Mujeres alzan sus voces en tres continentes, vastas áreas de tierras donde predominan ecosistemas ricos y diversos están siendo reemplazadas por plantaciones de árboles a gran escala en el Sur. Estas plantaciones – ya sea de eucaliptos, pinos, caucho, palma aceitera u otros – están generando graves impactos sobre las comunidades locales, que ven cómo sus ecosistemas y sus medios de vida se destruyen para dar paso a plantaciones industriales de árboles. Además de afectar a las comunidades como un todo, estas plantaciones tienen impactos específicos y diferenciados sobre las mujeres, que se traducen en su desempoderamiento.
Lo que la mayoría de la gente de Europa no sabe es que la Unión Europea tiene un papel protagónico en la promoción de tales plantaciones en el Sur y, por lo tanto, está contribuyendo al desempoderamiento de las mujeres del Sur. Si bien la Unión Europea ha firmado una cantidad de tratados y convenciones y ha desarrollado un conjunto de leyes dirigido a lograr la igualdad de género en su territorio, este tema parece perder toda importancia más allá de sus fronteras.
Los artículos que siguen son el resultado de tres talleres realizados a fines de 2008 en Papúa Nueva Guinea, Nigeria y Brasil, en el marco de un proyecto conjunto de Amigos de la Tierra Internacional y el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales. En el caso de Papúa Nueva Guinea, el taller se desarrolló en colaboración con la organización local CELCOR/Amigos de la Tierra-PNG. El tema del mismo fueron las plantaciones de palma aceitera que están siendo promovidas principalmente para proveer al mercado europeo aceite de palma (utilizado en productos como cosméticos, jabones, aceite vegetal y alimentos), así como para la producción de agrocombustibles.
El segundo caso es el de Nigeria. El taller, organizado en colaboración con Environmental Rights Action/Amigos de la Tierra Nigeria, trabajó sobre las plantaciones de caucho establecidas en tierras de una comunidad local por la empresa francesa Michelin, para producir el caucho utilizado en la fabricación de neumáticos. Finalmente, en el caso de Brasil, el taller realizado en colaboración con NAT/Amigos de la Tierra Brasil consideró la situación de las plantaciones de eucaliptos establecidas por tres empresas – la sueco-finlandesa Stora Enso, Aracruz Celulose y Votorantim – para producir celulosa que será exportada a Europa para convertirla allí en papel. El principal objetivo de este trabajo en colaboración es apoyar la lucha de éstas y muchas otras mujeres que enfrentan situaciones similares en todos los países del Sur. Al mismo tiempo, apuntamos a generar conciencia entre los ciudadanos de la UE – hombres y mujeres – sobre cómo sus gobiernos están promoviendo políticas que favorecen las inversiones corporativas en el Sur y cómo dichas inversiones afectan a las comunidades en general y a las mujeres en particular. Esperamos que, al estar mejor informados, l@s ciudadan@s de la UE y sus organizaciones, se unan al esfuerzo por lograr un mundo socialmente equitativo y ambientalmente sostenible – Norte y Sur incluidos – donde la justicia de género pueda transformarse en una realidad para tod@s. Las voces de las mujeres del Sur suenan cada vez más fuerte.

No hay comentarios: