lunes, 29 de septiembre de 2008

Ronaldinho y su primer clásico en Italia.

Milán-Inter no es el duelo por excelencia en Italia, eso queda para Milán-Juventus, pero sí despierta pasiones y divide a la ciudad casi en partes iguales. Se le conoce como el clásico de la "Madonnina" (virgencita), ya que así se llama a la estatua dorada que se sitúa en lo alto del majestuoso Duomo, la catedral de la ciudad.
Sin embargo, cuesta encontrar la rivalidad en las calles en las horas previas. Si uno sube a un tranvía –el número 16, por ejemplo, que finaliza en el corazón del barrio San Siro, donde está ubicado el estadio Giuseppe Meazza- verá cómo simpatizantes del Milán e Inter comparten los vagones sin roces ni malas miradas. Al contrario, todo es cordialidad. Incluso un hombre con la bufanda del Milán le cede gentilmente el asiento a una mujer con la bandera "neroazzurra". Esa convivencia, impensada en un Boca-River o un Galatasaray-Fenerbahçe, habla de cierta madurez en un país donde la violencia ha golpeado al fútbol en muchas ocasiones.
Parada final: estadio Giuseppe Meazza. Una vez pasado el primer control, un grupo de jóvenes vestidos con trajes negros Dolce Gabbana, "sponsor" oficial del local Milán, espera para acomodar a la gente. En el tablero electrónico pasan los rostros de cada uno de los 22 protagonistas. Los milanistas silban a Materazzi, por lejos el más antipático. Los interistas a Genaro Gattuso, su contraparte. Y también al portero Christian Abbiati, quien en la semana confesó en la revista "Sportweek" su preferencia por el fascismo.
Sin embargo, entre los jugadores no existe tal rivalidad más allá de los 90 minutos. De hecho, la mayoría son vecinos o amigos, y a veces ambas cosas. Muchos viven en la zona del estadio. Matteo Dotto, periodista del canal Retequattro, lo confirma: "Julio Cruz vive en el mismo edificio que Dida y Seedorf y sus esposas son amigas. Hace poco cumplió años una hija del argentino y ahí estaban, todos juntos, Dida, Seedorf, Figo y tantos otros de uno u otro equipo".
Todo en paz
Esa misma cordialidad se ve en el comienzo del partido: gentilezas de ambas partes, abrazos, "fair play" e incluso bromas entre ellos. Con el correr del juego, el partido se va calentando. Empiezan las amarillas, el juego fuerte y las protestas. Más tarde llegarían las rojas y más protestas… incluso el irónico aplauso de Mourinho al árbitro Morganti sobre el final.
La euforia llega al 36', cuando un centro de Kaká termina en la cabeza de Ronaldinho, quien salta más que nadie y desvía la pelota para mandarla al fondo. Dinho, que tuvo una semana difícil luego de verse involucrado en unas llamadas telefónicas con un narcotraficante de Porto Alegre, lo festeja como si fuera el primero de su carrera. En fin, fue el primero en el Milán y sirvió para ganar el clásico. No es poco. "Se lo dedico al presidente Berlusconi, que mañana cumple años", diría luego.
Mourinho, desesperado, ve cómo su tridente Mancini-Ibrahimovic-Quaresma es fácil presa de una defensa rival que debe ser la más longeva de toda la historia del fútbol. Salvo los tres brasileños (Kaká, Ronaldinho y Pato), el resto de los jugadores del equipo de Ancelotti superan los 31 años. Mención especial para Paolo Maldini y sus 40.
La entrada de Adriano y Cruz le da más profundidad al Inter, pero ya es tarde. Tiene algunas ocasiones, pero no las aprovecha y queda muy expuesto al contraataque. Para ese entonces Inter ya estaba con diez por la expulsión de Burdisso. Para peor, Materazzi se lleva la última silbatina de la noche cuando el árbitro lo expulsa cuando ya veía el juego desde la banca. La ovación, en cambio, es para Ronaldinho, cuando sale al 83'. Los de Milán son mayoría por una sencilla razón: son locales. Y aunque el Inter juega en el mismo estadio, el hecho de ser local implica que entran todos los abonados de los rossoneri y sólo los interistas que pagan el boleto.
El número más espectacular del clásico no es el 1-0, sino la taquilla: 1,932,805 euros. Es decir, más de dos millones de dólares en una sola noche. Tras el pitazo final, los 79,057 espectadores emprenden el camino de retorno con una pasmosa tranquilidad. La rivalidad ya no cuenta. Se suben al tranvía y se mezclan otra vez sin ninguna consecuencia. Los del Milán vuelven a ilusionarse luego de un pésimo arranque. Los del Inter critican tibiamente el esquema de Mourinho y la pasividad de Quaresma y Mancini, pero pronto se les pasará. "Apenas va la quinta fecha, esto recién comienza", se consuela uno mientras hace planes para ir a comer pizza con sus amigos. Son algo más de las once, pero para él la noche también apenas comienza.

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