Cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero. Las manos de Rudis Gallo al cielo y las de más de siete millones de salvadoreños alrededor del mundo también. Desde ayer, la historia del fútbol salvadoreño nunca volverá a ser la misma.
A la par de los más grandes, junto al “Mágico” y “Cariota” hay que hacer lugar para un nuevo grupo. Hay que hacerle espacio “al Tin” González, a “Ronaldinho” Ramírez, a “Romario” Velásquez, a la selección de fútbol playa, que ha conseguido en poco más de una semana de ser un equipo de humildes –casi desconocidos– a ser los nombres más gloriosos en la historia de fútbol en el país.
Desde ayer, las historias más grandes que se contarán ya no serán las de los dos mundiales de fútbol once. Ya pasaron 41 años de México 1970 y 29 de España 1982. Desde ayer, la historia más hermosa que se podrá contar será la de Rávena 2011, en donde El Salvador fue grande a escala mundial. En donde El Salvador fue nuevamente el país de la eterna sonrisa.
El Salvador. El país de los 13 asesinatos diarios, el de los políticos a los que se les olvida lo inteligentes que pueden ser las mujeres, el de las pupusas diarreicas, el que prefiere recolectar firmas para comprar donas al 2 por 1 que recolectarlas en búsqueda de exigir verdaderos gobernantes y el del presidente que hizo esperar a la selección de playa durante más de una hora para entregarles el pabellón nacional en tiempo récord de seis minutos. Este país tan contradictorio es también tan hermoso que es capaz de parir por igual a todos los descritos anteriormente y, al mismo tiempo, parir a 11 guerreros que, contra todo pronóstico, han reescrito la historia del fútbol del país. Y quizá del mundo.
Porque hay cosas que nunca cambian. Siempre habrá favoritos y débiles. Siempre habrá dirigentes que se quedan con los viáticos. Siempre habrá locales favorecidos por los árbitros. Pero también siempre habrá un espacio para la esperanza, para la alegría –y cuando la locura lo amerita, hasta para la poesía– y para la sorpresa y la repetición eterna de la historia de cómo David venció a Goliat.
El Salvador nunca fue favorito ante Italia. Lo decía la historia, la localía de los “azzurri” y el árbitro. Hasta dos penaltis les regaló el ecuatoriano, pero ni siquiera eso fue suficiente contra el alma de los guerreros de playa. Si no le temen al mar, si no le temen a la falta de apoyo dirigencial, si no le temen a jugar contra futbolistas que sí son profesionales, cómo le iban a temer a Italia.
Italia tenía a Palmacci, pero El Salvador tiene a “Romario” Velásquez. Cuatro goles cada uno, pero solo un ganador. De todos los colores, para elegir, Frank voló en “palomita” y disparó de derecha, y cuando todo el país sufría porque veía cerca los penaltis disparó también de izquierda y Dios, por un segundo, se levantó la túnica para mostrar su camiseta azul. Debajo de la arena quedaron tiradas las ilusiones italianas, y en esa montañita de arena rebotó la pelota que quedó fuera del alcance del portero.
Las manos de los periodistas temblaron, las voces de los comentaristas se quebraron. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española no existía una sola palabra para explicar esa sensación, ese sentimiento, esa pasión. Las redes sociales se inundaron de alegorías y celebraciones. Los cuetes de Año Nuevo y que últimamente solo suenan para el Real Madrid y el Barcelona reventaron por el logro histórico de la selección de fútbol playa. Algunos proponían crear la pupusa de pepperoni, otros jugaban la piedra-papel-tijera variando la regla a pupusa mata pizza. Para el país entero la vida fue bella, y cuántos no habrán deseado ir a orinar a los ríos de Venecia.
La excusa para el delirio y el festejo era perfecta. La Asamblea (cuándo no) suspendió la plenaria y festejaron por un momento, pero se les olvidó declarar día de asueto nacional para festejar. La Ley de Control del Tabaco fue más violada que nunca y hasta la contravencional que impide vender licor más allá de las 12 de la noche habrá, quizá, pasado a mejor vida.
Y todo gracias a 11 inolvidables. A la par del busto de José Matías Delgado que pongan el de Agustín Ruiz. A la par de la tumba de Manuel José Arce que entierren, algún día en el futuro, a Frank Velásquez. Al lado de las fotografías de todos los presidentes del país que pongan ahí la de Rudis Gallo. Que hagan 13 estatuas de oro (pero que esas no se las roben los ladrones) para Eleodoro Portillo, Wilber Alvarado, Tomás Hernández, Elías Ramírez, Agustín Ruiz, Baudilio Guardado, Medardo Lobos, José Membreño, Walter Torres, Élmer Robles, Darwin Ramírez, Frank Velásquez y Rudis Gallo. Los nuevos próceres de la patria. Los verdaderos padres de la patria. Héroes. Por una vez en nuestra vida, los salvadoreños podemos ponernos de pie y gritar a los cuatros vientos: ¡QUÉ HERMOSO ES SER SALVADOREÑO!
Tomado de La Prensa Gráfica.
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